Estudios de Lingüística Aplicada

Verónica Reyes Taboada. El simbolismo sonoro en las lenguas indoamericanas. México: Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2014. 344 págs.

Francisco Barriga Puente

Instituto Nacional de Antropología e Historia
Dirección de Lingüística

El simbolismo sonoro en las lenguas indoamericanas es el producto de la investigación que su autora, Verónica Reyes Taboada, llevó a cabo hace tiempo para obtener el título de lingüista. El libro consta de una introducción y seis capítulos, incluyendo uno de conclusiones; además, presenta una colección de 13 mapas, un amplio apéndice de datos y la bibliografía consultada —todo ello se extiende a lo largo de 344 páginas, cuidadosamente redactadas. Su publicación por parte del Instituto Nacional de Antropología e Historia (inah) es un acierto, ya que se trata de una obra mayor, destinada a convertirse en un referente obligado para todos aquellos que se interesen en el fonosimbolismo.

Opino que el libro de marras pertenece al tipo de textos que son favorecidos por el paso del tiempo, ya que mejora su apreciación por parte de los lectores. Esto quizás se deba a que la arbitrariedad del signo —piedra de toque de la semiología saussureana— ha sido relativizada y revitalizada a fuerza de datos. Consecuentemente, el papel que la motivación juega en la vida de las lenguas ha sido revalorado positivamente, justipreciado por parte de los investigadores y diferentes estudiosos de la materia fónica, entre otros: lingüistas, publicistas y poetas. Un buen ejemplo de ello es el magnífico epígrafe con el que la autora encabezó la introducción, pues se trata de un fragmento del poema titulado “Delirios II. Alquimia del verbo”, del poeta simbolista Arthur Rimbaud, que traducido al español dice:

 

¡Inventaba el color de las vocales! —A negra, E blanca, I roja, O azul, U verde. Regulaba la forma y el movimiento de cada consonante, y, con ritmos instintivos, me jactaba de inventar un verbo poético accesible, un día u otro, a todos los sentidos. Reservaba la traducción.

 

Como suele suceder en este tipo de trabajos, en el primer capítulo titulado “Antecedentes históricos”, la autora se da a la tarea de revisar la información más relevante sobre el tema. Dicha revisión se extiende desde la antigua Grecia hasta la actualidad, va desde Platón hasta Hinton, Nichols y Ohala, pasando por toda una pléyade de académicos, como son Herder, Müller, Jespersen, Sapir, Boas, Grammont, Whorf, Jakobson, Waugh, Bloomfield, Lehmann, Langdon, Mithun, Swadesh y Fischer, solo por mencionar a los más conocidos. La naturaleza de los trabajos revisados va de lo filosófico a lo lingüístico, a lo psicológico y hasta lo tipológico. Aquí importa subrayar que, hacia el final del capítulo, se sugiere que el fonosimbolismo podría no ser exclusivo de la especie humana, razón por la cual la autora decide ofrecernos un capítulo entero dedicado al simbolismo sonoro con relación a la comunicación animal.

En el segundo capítulo, “Simbolismo sonoro y comunicación animal”, Reyes apunta que las correlaciones zoosemióticas de las señales acústicas dependen directamente de la concepción que tengan los diferentes investigadores sobre la cuestión del origen del lenguaje, particularmente de las visiones gradualistas y las catastrofistas. Una visión gradualista clásica postularía que el lenguaje se desarrolló a partir de las llamadas que se documentan en las diferentes especies animales. Una visión catastrofista —siguiendo la línea de Bickerton y Chomsky— afirmaría que las estructuras del lenguaje humano son exclusivas de la especie humana. Un punto de vista intermedio es el de Pinker, quien en su libro más conocido, The language instinct (1995), declara que “spiders spin spider webs because they have spider brains”1 (1995: 18). Lo anterior equivale a decir que el lenguaje es instintivo, que la gente sabe hablar en un sentido parecido a como las arañas saben hilar telarañas. Con respecto a este capítulo, también es obligado referir el bien divulgado trabajo de Hockett que define al lenguaje humano —en contraste con el lenguaje de las abejas, el del pez espinoso, el de una variedad de gaviotas y el de los gibones— mediante el análisis componencial de quince rasgos (1971 [1958]: 547–576). El cierre de este capítulo está dado por la revisión del código de frecuencia, mismo que correlaciona las frecuencias altas con tamaños pequeños y las bajas con grandes, tal y como sucede con el violín, que tiene una caja de resonancia menor que la del violonchelo, la cual a su vez es menor que la del contrabajo. Esta característica también se presenta en los seres vivos. De hecho se puede correlacionar el tono alto con especímenes pequeños y el tono bajo con especímenes grandes. Esta es la razón por la cual los sapos que quieren competir con otros sapos para montar a las hembras, antes de involucrarse en un combate, evalúan el tamaño del oponente a través de las llamadas que emiten durante la procreación.

En el tercer capítulo, “Simbolismo sonoro y origen del lenguaje”, Verónica Reyes se interna por los dédalos del origen del lenguaje y una vez más retoma la discusión entre gradualistas y catastrofistas. Con respecto a los primeros debemos mencionar, por supuesto, la obra inconclusa de Swadesh —The origin and diversification of language (2006 [1971])—, en donde sostiene que es muy posible que el lenguaje haya surgido del simbolismo sonoro y que a partir de la eclosión se haya hecho gradualmente más complejo y opaco. Con respecto a los catastrofistas, las menciones obligadas son la de Bickerton (1994) —que sostiene que el origen de la sintaxis, o sea el origen del lenguaje, se debe a una gran mutación— y la de Chomsky (1982 [1965]), que suscribe una teoría innatista del lenguaje. La exposición está aderezada con una buena discusión sobre los intentos de implantar lenguaje en monos antropoides. Siempre es bueno recordar a los chimpancés que hicieron época —Washoe, Sarah y Chimpsky—, así como recuperar la sofisticada discusión sobre su tracto vocal, la del origen gestual del lenguaje y la de los siempre controvertidos fechamientos. Para la segunda edición de esta obra será obligado incluir también la teoría del origen paralelo de la música y el lenguaje, sostenida por Steven Mithen en Los neandertales cantaban rap (2007).

Una vez expuesto todo lo anterior, en el cuarto capítulo, titulado “Simbolismo sonoro en las lenguas naturales”, la autora procede a discutir cómo se materializa la susodicha semiosis en las lenguas de nuestra especie. Para ello va de lo fonético y lo fonológico a lo morfológico, léxico, sintáctico e incluso pragmático, para finalmente desembocar en los procesos diacrónicos y la difusión del simbolismo. El recorrido por los hitos mencionados pone de manifiesto la existencia, en las lenguas naturales, de vocabularios expresivos que se caracterizan por tener estructuras silábicas y secuencias de fonemas particulares, de ideófonos que pueden llegar a tener sílabas sin vocales, de fonestemas, de palabras onomatopéyicas, de expedientes sinestésicos, del uso simbólico de los procesos morfofonológicos y de las alternancias fonológicas, entre los más importantes.

Una vez establecidas las herramientas teóricas, en el quinto capítulo, “El simbolismo sonoro en las lenguas amerindias”, la autora procedió a exponer lo esencial de su investigación. Fiel a la tradición de los estudios tipológicos, primeramente estableció una muestra de 90 lenguas que cubren 57 de las 193 familias contempladas en la nómina de Thomas Smith-Stark (2000); y 26 de las 35 áreas culturales del continente americano (Barriga, 2005). Al respecto, cabe subrayar que la autora atendió especialmente la conformación de dicha muestra, pues cuidó que los subgrupos genéticos estuvieran representados por un número proporcional de lenguas, distribuidas inteligentemente en el mayor número posible de áreas culturales. La representación de las lenguas indígenas americanas en cuestión no es una mera acumulación de lenguas, sino una muestra, con todas las de la ley, elaborada y descrita con profesionalismo y responsabilidad.

Tras la conformación de la muestra, la autora procedió a recabar la información pertinente en diccionarios, gramáticas y artículos especializados. Se trató de una labor titánica, que se refleja en la riqueza del material documentado. Basta con acercarse al apéndice de datos para notar que el papel del simbolismo sonoro en las lenguas naturales es relevante. Acto seguido, Reyes procedió al análisis del cúmulo de datos, con miras a proponer una tipología adecuada —ni falta ni desbordada, ni sobresimplificada ni demasiado elaborada—, justa para extraer las conclusiones pertinentes de la investigación.

La tipología propuesta, por principio de cuentas, clasifica a los ítems como imitativos (I), sinestésicos (S) o convencionales (C). Las combinaciones posibles de estos parámetros dio lugar al establecimiento de siete tipos posibles (tipos I, S, C, IS, IC, SC e ISC). De estos siete tipos posibles, cuatro aparecieron en la muestra, a saber los tipos I (13 lenguas), IS (67 lenguas), IC (una lengua) e ISC (9 lenguas). Para el establecimiento de los subtipos, la autora tomó en cuenta los siguientes mecanismos: léxico lex, reduplicación red, alternancia de tonalidad ton, alternancia de dureza dur, alargamiento alar y fonemas asociados con significados particulares. La combinación de los cuatro tipos con los mecanismos descritos produjo un total de 58 combinaciones. En un primer momento puede parecer que la tipología propuesta es poco productiva, pues cada combinación cubre, en promedio, 1.5 lenguas, pero, dada la pertinencia de los mecanismos, sería conveniente que en el futuro se siguieran revisando la conformación de los subtipos.

Una vez tipada y mapeada la muestra, en el sexto y último capítulo, “Conclusiones”, la autora procedió a exponer los resultados de su invetigación. Dichos resultados se presentaron a través de 24 conclusiones, entre las cuales destaco por su importancia la número 1, que señala que el simbolismo sonoro puede tener bases biológicas, las cuales lo hacen susceptible de presentarse en todas las lenguas. La segunda afirma que las asociaciones sinestésicas son las que permiten que los ítems simbólicamente sonoros amplíen considerablemente su espectro de uso. La tercera subraya que el simbolismo sonoro sin duda jugó un papel muy importante en el origen del lenguaje. Por otro lado, la séptima establece que el simbolismo sonoro es particularmente resistente al cambio diacrónico. La onceava conclusión revela que el simbolismo convencional supone la existencia del simbolismo sinestésico y que este, a su vez, supone la del imitativo. Finalmente, la conlusión número veintitrés señala que el simbolismo sonoro, en general, es un fenómeno frecuente y estable.

El libro —como mencioné al principio— incluye trece mapas que, en conjunto, exponen la distribución continental tanto de la muestra, los tipos, la alternancia de tonalidad, la alternancia de dureza, como de los fonemas asociados a “significados” particulares. En cuanto al excelente apéndice de datos, la autora nos brinda, para cada una de las 90 lenguas: nombre, tipo establecido, familia lingüística a la que pertenece, área cultural donde se encuentra, fuentes, inventario fonológico y, por supuesto, el cúmulo de ejemplos por mecanismo. La obra cierra con la obligada bibliografía consultada, a saber: 264 títulos correctamente relacionados.

Por último, hago mención de la portada, diseñada sobre la base de una interesante obra gráfica —una collografía sin título— creada por Reyes, quien demuestra que además de ser una lingüista competente, es también una talentosa artista plástica.

Referencias

 

Barriga Puente, Francisco José (2005). Los sistemas pronominales indoamericanos. México: Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Bickerton, Derek (1994). Lenguaje y especies. Madrid: Alianza.

Chomsky, Noam (1982 [1965]). Aspects of the Theory of Syntax. Cambridge: Massachusetts Institute of Technology Press.

Hockett, Charles F. (1971 [1958]). Curso de lingüística moderna. Buenos Aires: Editorial Universitaria.

Mithen, Steven (2007). Los neandertales cantaban rap: los orígenes de la música y el lenguaje. Barcelona: Crítica.

Pinker, Steven (1995). The language instinct: How the mind creates language. Nueva York: Harper Perennial.

Smith-Stark, Thomas C. (2000). Nómina de lenguas indoamericanas. Mecanoescrito inédito.

Swadesh, Morris (2006 [1971]). The origin and diversification of language. Nuevo Brunswick:
AldineTransaction.

Notas

 

1 “Las arañas hilan telarañas porque tienen cerebros de araña” (traducción propia).

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