Estudios de Lingüística Aplicada

RESEÑAS

Pilar Máynez, Salvador Reyes & Frida Villavicencio (Eds.). Contactos lingüísticos y culturales en la época novohispana: perspectivas multidisciplinarias. México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas / Facultad de Estudios Superiores-Acatlán / Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 2014. 524 págs.

Por Julio Alfonso Pérez Luna

Instituto Nacional de Antropología e Historia, Dirección de Lingüística

Comenzaré por decir que el título de esta obra no pudo ser más afortunado, ya que, como pocos libros, este tiene la cualidad de mostrar sus venas, las cuales, como en una intrincada urdimbre cultural producto de los diversos tipos de contactos posibles, nos presentan un cuerpo orgánico, vivo, que se manifiesta de múltiples maneras, tamizadas por el transcurrir, el vivir, una realidad distinta de la que cada grupo proviene; un encuentro —que se torna a menudo en desencuentros— con “el otro”, ese a quien no puede evitar y ahora debe re-conocer y con quien a lo largo de tres siglos coexistirá. El resultado se obtuvo a través de las visiones multidisciplinarias de temas que, en muchas ocasiones, habían sido, si no coto, sí pensadas como propias de cierta área. Hoy por hoy se ha mostrado la bondad y avances de las ciencias, particularmente hablo de las sociales, bajo enfoques diversos, esto es: hurgar con renovada mirada, no solo intradisciplinaria, las fuentes y los hechos que el pasado, nuestro pasado, nos ha legado.

El contenido consta de 24 artículos agrupados en tres apartados, cuyos ejes temáticos trataré de exponer de manera sucinta, dada la extensión de la obra, si bien en algún caso he alterado el orden de aparición. El hilo conductor del primer apartado (seis artículos) es la cotidianidad en el hacer y quehacer de grupos diversos de la sociedad novohispana que, en su contacto habitual, establecieron interacciones cuyas improntas “muy pronto” se fueron integrando a cada uno. La vitalidad de las costumbres, de las tradiciones y manifestaciones culturales está dada por la vida misma de los pueblos y sus habitantes, en tanto determinadas por sus circunstancias locales o parciales, esto es, las propias de sus núcleos culturales originales, y totales, en tanto dicha vida pertenece a una nueva realidad marcada por el encuentro y la coexistencia con el “otro”; comunidades en continuo contacto y evolución aclimatada. El dinamismo de los pueblos, si bien cambia fisonomías y patrones —en mayor o menor medida—, enriquece a los grupos en contacto. Así nos lo muestra José Rubén Romero Galván en su artículo “La cotidianidad mexica”, al presentarnos cuatro formas de advertir-entender la cotidianidad de una sociedad prehispánica, en este caso, la mexica: el trabajo agrícola, el trabajo doméstico, el tianguis y el gobierno, donde cada ámbito tiene su “día a día” y en donde se expresa el espíritu y cosmovisión de todo un pueblo; sus fuentes fundamentales son Bernardino de Sahagún, Diego Durán y Hernán Cortés. De igual forma, el trabajo “Trazos de cotidianidad en el Michoacán novohispano”, de Frida Villavicencio, nos descubre rasgos de la vida habitual en algunos ámbitos de la cultura purépecha, como son los objetos, la habitación, la vestimenta y algunos cargos sociales. A partir de rastrear en el Dictionarito en lengua de Michuacan (1574), de Juan Bautista Lagunas y cotejar las láminas que presenta la Relación de Michoacán (ca. 1540), la autora nos ofrece gráfica y visualmente términos referidos a dichos ámbitos que son, como ella lo declara, “testimonio de la mirada del otro, una mirada sorprendida por una cultura distinta y una lengua extraña”, con su contraparte “la mirada de los hablantes que parecen asomarse a través de su lengua y, de tanto en tanto, nos permiten asombrarnos al constatar otra forma de ver el mundo”.

Un aspecto cotidiano que ciertamente experimentamos en nuestras vidas es la alimentación, en la que sin duda identificamos y testificamos fehacientemente la pertenencia a una tradición o, mejor dicho, al conjunto de tradiciones de las diferentes regiones que hoy conforman nuestro país. El tema de la alimentación se aborda en dos trabajos; el primero, “Los alimentos mexicanos en el paladar de los conquistadores”, de Salvador Reyes Equiguas, que a través de tres percepciones diferentes (soldados, evangelizadores y funcionarios) nos lleva por un recorrido en donde la cotidianidad de la “guerra”, marcada por la necesidad imperiosa de subsistencia, la identificación-asociación de ciertos alimentos, en cuanto elementos rituales en los pueblos indígenas, y la valoración de los alimentos por funcionarios virreinales, como una expresión del “proceso de consolidación del poder colonial”, se constituye en un factor que nos permite —en voz del autor— “construir una imagen sobre la evolución paulatina de la mesa novohispana, y aun sobre la percepción de sus ingredientes por parte de un sector social [quienes] se permitieron, de manera consciente o no, la imposición de ciertos patrones de consumo alimenticio”. En el segundo trabajo, “Shophía y Gastérea en la Nueva España”, María Stoopen Galán, a través de una vista panorámica nos acerca a la práctica culinaria de la mesa novohispana, como heredera de tradiciones medievales que se fueron aclimatando a la Nueva España, mostrándonos cómo eran las viandas de opulencia de la clase gobernante y los elementos que debían constituir una cocina bien provista.

Por su propia naturaleza, los contactos culturales son dinámicos; la interacción que se realiza marca a cada grupo interactuante en su tiempo y en su espacio, es decir, en sus dimensiones históricas y de acuerdo con sus circunstancias. Carlos Paredes Martínez aborda precisamente este aspecto en su artículo “Culturas en contacto: los tarascos en la época colonial”. El autor nos acerca a diferentes pistas que nos pueden explicar la presencia-influencia-adaptación cultural del pueblo tarasco extra-límites, como producto de su movilidad provocada por diversas causas, como haber sido el pueblo tarasco, por un lado, acompañante recurrente en las campañas bélicas que los españoles emprendieron hacia zonas que no habían sido pacificadas y, por otro lado, colonizador y modelo de cristiano recién convertido en el proceso de evangelización en dichas zonas. Presencia purépecha la hubo —de acuerdo con el texto— en Jalisco, Querétaro, Guanajuato, San Luis Potosí, Zacatecas, Durango, Sinaloa y, más al norte, hasta el Río Colorado. Un seguir las huellas que, como en todo proceso migratorio, se torna difícil por lo intrincado no solo de las causas, sino también de los diversos tipos de interacción que en cada lugar se realizan con otros grupos humanos. Y en este sentido, Valentina Garza Martínez, en su trabajo “Indios cautivos y de encomienda. Un recurso laboral indispensable en las poblaciones del noreste novohispano (1550-1720)”, aborda la relación que se estableció particularmente en los territorios de grupos indígenas no pacificados o renuentes. La autora nos muestra-demuestra que, contrariamente a la idea de que los pueblos norteños, debido a su tipificación como bárbaros, nómadas, primitivos…, tuvieron poca disposición e integración al sistema económico establecido por los españoles, en realidad su participación en dicho sistema sí fue determinante. Diversos grupos étnicos, como guachichiles, borrados o rayados, laguneros, coahuiltecos, entre otros, fueron objeto de una colonización-pacificación diferenciada, y desde finales del siglo xvi se observó la llamada “paz-comprada” a través de obsequios de diverso tipo que, ciertamente, no eliminó el abuso, el esclavismo y la trata de indios. En fin, una cotidianidad marcada por una explotación diferenciada.

En lo que corresponde a la segunda parte del libro (nueve artículos), su eje o hilo conductor son las percepciones desde el misionero a partir de su quehacer apostólico, que le permitió estar en contacto cotidiano con muy diversas manifestaciones de la cultura indígena. Este apartado arranca con el capítulo “La evangelización del reino de la Nueva España en el siglo xvi. Disertaciones en torno a los prejuicios, el objeto de estudio y el método”, de Jorge E. Traslosheros, que hace notar algunas ideas preinstaladas que han marcado —y lo siguen haciendo, desde la perspectiva del autor— las investigaciones sobre el proceso de evangelización novohispana y que deben ser superadas en aras de construir una historiografía más pertinente y fidedigna sobre el tema. De manera particular, expone los prejuicios que han impactado los métodos de estas investigaciones, como: “la búsqueda del auténtico indio cristiano (si es que lo hubo)”, “la búsqueda de la verdadera (y perdida) Iglesia católica”, “la religión o, más precisamente, las formas de vida religiosa” y “lo que se entiende por un proceso de evangelización”.

Por su parte, “Entre el genus angelicum y el bon sauvage. Las múltiples visiones del misionero franciscano acerca del indígena en los reinos de la Nueva España”, de Francisco Morales Valerio, nos muestra un tránsito por diversas y, en ocasiones, encontradas percepciones que los frailes menores tuvieron sobre el indígena; tránsito entre un primer momento del quehacer evangelizador, marcado por un idealismo evangélico, y otro de corte secularizado que ya a finales del siglo xvi se manifiesta en una visión diferenciada de “indios cristianos” e “indios infieles y bárbaros”. A ello contribuyeron no solo la filiación religiosa y su adscripción a alguna rama en particular de los misioneros, sino también su formación académica (humanista) y el contexto geográfico-cultural. La importancia de distinguir estos elementos, nos dice el autor, permite entender cómo estas percepciones llegaron a determinar las formas de abordar y comprender la evangelización.

Tal vez una de las características que ha marcado el estudio de la primera etapa de evangelización sea haberse centrado más en la acción del clero regular, como fue el caso de los franciscanos arriba tratados. Sin embargo, una experiencia comparable, por ejemplo, al establecimiento del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, es la realizada por Vasco de Quiroga, miembro del clero secular, con la fundación del Colegio de San Nicolás y los hospitales-pueblo de Santa Fe. El trabajo de Francisco Miranda, “La labor evangelizadora de Vasco de Quiroga”, nos recuerda diversos aspectos de la obra singular de don Vasco, ponderando su pensamiento y método de asumir el apostolado evangelizador: partir del reconocimiento de la igualdad de los hombres. De los tres escritos considerados esenciales por Miranda para el conocimiento de don Vasco en su quehacer, a saber: el Tratado sobre la igualdad humana, la libertad y la mixta policía, del mismo Vasco de Quiroga, el Libro de la cristiana religión, de Gutierre González Doncel, y las Actas de la Junta Eclesiástica de 1539, se centra en la obra de González Doncel, que Quiroga haría imprimir en Sevilla en 1553, como conspicuo ejemplo de la pedagogía quiroguiana.

Cuando un pueblo se enfrenta al reconocimiento de la existencia “del otro”, las percepciones y representaciones que cada grupo crea sobre ese otro, ignoto en mucho o en todo, necesariamente estarán marcadas por la propia cosmovisión. El trabajo “Aspectos de la vida prehispánica y colonial sobre mitos, ritos y vida. Algunas costumbres nahuas bajo la percepción misionera”, de Julio César Morán Álvarez, desde las consideraciones indígena, europea y actual, nos acerca a diversas expresiones culturales de la adscripción cosmológica, como las representaciones visuales de artes u objetos diversos a “la europea” en el Códice Florentino o “a la indígena” en el Mendocino o la designación de elementos de una realidad desconocida hecha a partir de un léxico conceptual que —las más de las veces— es aproximado, cuando no equívoco.

Y, precisamente, la construcción y re-creación de una realidad ignota y, por tanto, extraordinaria, sienta las bases para la conformación de un imaginario que alimentará y modelará el conocimiento del otro, muchas veces como portentos nunca vistos, como los pre-juicios en descubridores, exploradores y autores, que son estudiados por Manuel Ordóñez Aguilar en su trabajo “Supervivencias teratológicas en el Nuevo Mundo”.

Por otra parte, las consideraciones particulares sobre la lengua, sus contactos e implicaciones al enfrentar un texto se abordan en tres trabajos. El primero, “Los textos misioneros y la americanización del léxico hispánico. La Relación de Michoacán”, escrito por Esther Hernández, estudia los cambios léxicos en el español novohispano debidos al contacto con lenguas amerindias. Tras razonar la Relación en su singularidad (contemporánea a la obra de Sahagún y animada bajo la misma consideración humanística franciscana en cuanto al conocimiento de la cultura indígena), la autora identifica cambios neológicos, particularmente nahuatlismos y antillanismos, y cambios semánticos en voces y expresiones hispánicas, enfatizando cómo este ejercicio permite “reconstruir algunos aspectos de un importante capítulo de la historia cultural novohispana”. El segundo trabajo, de Brígida von Mentz, titulado “La distinción entre formulismos y lenguaje llano en documentos en náhuatl de los siglos xvi y xvii. Ejemplos de Cuauhnáhuac”, propone acercarnos a la interpretación de documentos a partir de una diferenciación entre lo formal y lo llano. Para ello, estudia un corpus documental de carácter legal, jurídico, notarial y religioso restringido a la región de Cuauhnáhuac. Parte de la premisa de que ya existía una formalidad en códices prehispánicos (claro, de corte pictográfico) y observa, incluso, una evolución de contextos y temporalidad en documentos nahuas donde identifica un lenguaje llano “de la gente menuda”, “a la usanza prehispánica”. El tercero trata acerca de la interpretación; con el título “Libertades y restricciones en la traducción de un texto sagrado”, Pilar Máynez nos enfrenta a los problemas y riesgos que conlleva el trabajo de traducción-interpretación de un texto. Partiendo de las consideraciones de si el “traductor es un traidor” (traduttore tradittore) y de si la “multiplicidad” babélica de lenguas incomprensibles para unos y otros es en realidad un castigo, se inclina por la contraparte, es decir, por la posibilidad “en favor de una muy rica y variada segmentación de la realidad, producto de la aprehensión particular de cada cultura”. Esto a colación del trabajo de traducción del náhuatl al español que Máynez ha realizado de La historia de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, contenida en Cantares mexicanos, como parte del grupo que está acometiendo la traducción de este volumen misceláneo.

Cierra la segunda parte una contribución a la historia de las políticas lingüísticas durante el virreinato, el artículo “Lengua y catequesis en las misiones de frontera durante el siglo xviii”, de Bárbara Cifuentes. La autora evidencia una política lingüística diferenciada en relación con el centro durante este siglo: mientras en el centro se promovió el uso del castellano, en las fronteras, debido a su situación geográfica y de inestabilidad social, se continuó con el uso de las lenguas indígenas en la pastoral catequética. Se enfoca en el estudio de los colegios de Propaganda Fide, a través de sus acciones dentro de las comunidades nativas de frontera, como fueron las misiones populares, la conversión de indios neófitos e infieles y su congregación en misiones o pueblos vivos.

Creada una nueva realidad a partir del encuentro y contacto de culturas, las producciones humanas en diversos terrenos se van dando y robusteciendo. El tercer y último bloque (nueve artículos) tiene como eje diversas expresiones artístico-culturales a partir del contacto entre los pueblos, como la literaria, la arquitectónica, la artística popular y la bibliográfica. La expresión literaria se aborda en tres artículos. El primero corresponde a Alejandro García Peña, titulado “Comentarios a una imagen poética del Renacimiento español y su arribo a la Nueva España”, que desarrolla de manera pormenorizada la cuestión de si el influjo “italianizante” en la poesía española pasa también a Nueva España, reflejado en el concepto literario de “imagen poética”. El segundo texto corre bajo la autoría de Rodrigo Martínez Baracs: “La aparición del Nican mopohua”, obra que, según Martínez Baracs, posiblemente sea “la pieza literaria más bella escrita en náhuatl”. El trabajo pondera detenidamente dos impresiones en particular, mismas que se constituyen en antecedentes de publicaciones posteriores y claves en la difusión de la obra: la primera, la traducción castellana de 1648 debida al poblano Miguel Sánchez en su obra Imagen de la Virgen María madre de Dios de Guadalupe, milagrosamente aparecida en la Ciudad de México, publicada en México por la viuda de Bernardo Calderón. Y, la segunda, la versión náhuatl de Luis Lasso de la Vega: Huey tlamahuiçoltica omonexiti in ilhuicad tlatocacíhuapilli Santa Maria totlaçonantzin Guadalupe…, impresa en México por Iuan Ruyz en 1649. El tercero, de Raphaele Dumont, “Dos culturas en contacto. Actores indígenas en la escena del teatro evangelizador novohispano”, se centra en el estudio de la dimensión gestual de los personajes dentro de los dramas, particularmente franciscanos, resaltando coincidencias y divergencias entre el drama de tradición occidental y el drama representado por los indígenas aclimatados en una nueva realidad marcada por la necesidad y eficacia del proceso de evangelización cristiana. El cuarto texto, titulado “De Belzebub a Satanás, pasando por el Tlacatecolotl y las Tzitzimime”, de Francisco Barriga Puente, parte de la consideración de cómo el concepto del mal, materializado en personajes con nombre, en el caso de la visión judeo-cristiana: Lucifer, Satanás y Belzebub, ha transitado por diversas culturas, lugares y tiempos, haciendo carta de naturalización en cada una de ellas. Con un estilo desenfadado y jocoso, el autor llama nuestra atención sobre cómo fueron percibidas y asociadas las personificaciones del mal en las culturas indígenas a partir de un breve recuento y comentarios de algunos vocablos que denotaron o, al menos en parte, fueron identificados con personajes o fuerzas malignas a partir del Tratado de hechicerías y sortilegios de fray Andrés de Olmos (siglo xvi) y la Crónica mexicáyotl redactada por Fernando Alvarado Tezozomoc (siglo xvii).

En cuanto al arte popular, Carlos Astorga Vega, en “El arte popular novohispano. Sus raíces e importancia en la vida cotidiana. Símbolo e imagen”, hace una revisión y ponderación de diversos objetos y materiales utilizados que constituyen esa manifestación dentro del trabajo textil, la cerámica, el arte plumario de tradición mesoamericana, la pasta de caña y maíz —también de tradición mesoamericana pero aclimatada y bien acogida en la sociedad novohispana—, las lacas robustecidas con influencias orientales, el vidrio de factura española y plantado en la nueva tierra, la madera y la talabartería, así como el ya mencionado arte culinario. Un mosaico de expresión cultural que ha dado una fisonomía al ahora llamado arte popular mexicano.

El aspecto arquitectónico está tratado en tres artículos. El primero, titulado “La arquitectura en el libro once del Códice Florentino”, de Raphaele Dumont, aborda el estudio de los diferentes tipos de construcciones, mayoritariamente de vivienda, registradas en esta fuente, advirtiéndonos sobre la digresión que presenta el texto castellano en relación con su contraparte náhuatl. El segundo, “La regionalización urbano-regional del virreinato de la Nueva España. ‘Los asentamientos urbano-regionales de la Nueva España. Aculturación eclesiástica regular de la Nueva España’”, de Mario Camacho Cardona, nos presenta el desarrollo que tuvo la conformación de los espacios “urbano-regionales” novohispanos, cuyo origen se da en la cosmovisión particular de cada grupo, producto de “la fusión de los conceptos náhuatl y castellano”. El último corresponde a Raymundo Fernández Contreras, “El espacio atrial en el convento mendicante novohispano del siglo xvi. Una reinterpretación”. Este autor nos propone una nueva lectura de la función de este espacio característico en los conventos novohispanos, a partir de uno de los grabados contenidos en la cuarta parte de la Rethorica christiana, de Diego Valadés, publicada en Perusa en 1579. A partir de la propuesta del arquitecto Carlos Chanfón Olmos, quien no le concede una importancia relevante a la capilla abierta, Fernández Contreras observa que tuvo un error de lectura del grabado, pues “no lo leyó en la posición correcta”, sino que lo hizo en una equivocada, proponiendo la conclusión contraria.

Esta excelente obra cierra con las consideraciones que sobre el libro, como objeto, hace Marina Garone Gravier en su trabajo “De tatuajes y atuendos. Marcas de fuego ex libris y encuadernación de algunos ejemplares novohispanos en lenguas indígenas”. Aborda particularmente el enfoque de los aspectos formales, estéticos y visuales del libro, y como señales distintivas de propiedad se detiene en la revisión de las marcas de fuego, los ex libris (manuscritos, impresos, sellos de tinta) y la encuadernación observados en diversos libros novohispanos escritos en lengua indígena, todos elementos importantes no solo por la descripción que se debe hacer de un libro, sino también porque “puede condicionar las ediciones críticas contemporáneas de textos del pasado”.

Como lo expresé al inicio, este es un libro rico en expresiones culturales a la luz de los múltiples tipos de contacto que se han dado entre los pueblos y grupos sociales a lo largo de nuestra historia, y que se continúan en nuestro presente, que también es Historia.

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