Estudios de Lingüística Aplicada

Saúl Santos García (Coord.). Estudios de la vitalidad lingüística en El Gran Nayar. Tepic: Universidad Autónoma de Nayarit, 2014. 287 págs.

Por Carolyn O’Meara

Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filológicas

El libro coordinado por Saúl Santos García, de la Universidad Autónoma de Nayarit, presenta estudios únicos en el ámbito de la lingüística aplicada acerca de la vitalidad de lenguas indígenas habladas en la región de El Gran Nayar, como cora, huichol, tepehuán y mexicanero. Es una fuente importante de informes que resumen datos básicos acerca de la situación lingüística reportada por hablantes de varias de estas lenguas en la región. Vale la pena mencionar que El Gran Nayar es conocido porque algunas de sus áreas geográficas son de difícil acceso, con pueblos aislados donde no llegan medios de transporte público y a los que solo se puede acceder atravesando terracerías complicadas. Por otro lado, en el ámbito lingüístico sabemos que el número de estudios sobre estas lenguas es escaso en comparación con lenguas como el náhuatl o las lenguas mayas. Por eso es significativo el hecho de que contemos con un libro dedicado al estudio del uso y percepción del uso de las lenguas habladas en esta zona.

La mayoría de los capítulos de este libro tienen una estructura parecida mediante la que registran varios tipos de datos recopilados por una encuesta común (los detalles de la misma se encuentran en un apéndice al final del libro) y también por datos de observación (aunque hay variación entre cada capítulo con respecto a la cantidad de datos reportados por el segundo método utilizado). Además, en muchos casos presentan información compartida por habitantes de los lugares visitados en entrevistas semi-estructuradas. Las excepciones son los primeros dos capítulos y los últimos dos capítulos del libro. El primer capítulo, “Aquí no hay imperio sino muchas lenguas: acercamiento histórico al contacto lingüístico en la región de El Gran Nayar”, de Saúl Santos García, contiene una introducción al libro y el segundo, “Consideraciones teóricas y metodológicas”, escrito por el coordinador de la obra y Alma Gisela Ruiz Delgado, presenta el método utilizado en los capítulos del libro. Los últimos dos capítulos contienen, respectivamente, un estudio más general de siete comunidades donde se hablan lenguas indígenas de la región (diferentes de las comunidades que se reportan en el resto de los capítulos), titulado “Un acercamiento a la vitalidad de las lenguas indígenas en siete comunidades de El Gran Nayar”, a cargo de Dana Kristine Nelson, mientras que el otro capítulo contiene consideraciones acerca de aspectos posibles de la “Revitalización de las lenguas originarias de El Gran Nayar”, de Saúl Santos García.

En los capítulos del libro, los autores tienden a describir cada grupo primero por una entidad geográfica (un pueblo) que seleccionaron para su estudio (hubiera sido muy útil que mencionaran cómo escogieron estos pueblos) y luego distinguen entre los habitantes de cada pueblo según la lengua o las lenguas que hablan (frecuentemente toman una muestra de los habitantes en cada estudio). Varios de los pueblos estudiados en el libro son pueblos nuevos, o sea, recientemente creados o con una historia poco clara. Por ejemplo, El Zontenco, Nayarit, es un pueblo que se formó en los años ochenta y cuenta con alrededor de 180 habitantes, la mayoría de los cuales se identifican como tepehuanos, que llegaron a este pueblo buscando trabajo en los campos agrícolas. También en Santa Cruz Acaponeta, Nayarit, vemos que es difícil hablar de una “población originaria” dado que la historia y el origen del pueblo no son muy claros. Hay 169 habitantes con cinco años o más y la mayoría se autoidentifican como mexicaneros, aunque también se encuentran personas que se identifican como huicholes, coras y tepehuanos. Estos pueblos más “nuevos” muestran la realidad que se observa en México con respecto a la migración interna, así como la respuesta a necesidades de personas que viven en un mundo que depende de una economía monetaria. Vemos justamente que el ámbito de estos pueblos no necesariamente apoya la vitalidad lingüística de las lenguas habladas por sus habitantes.

A nivel editorial, hay algunos aspectos que en una segunda edición se podrían mejorar. Por ejemplo, el libro fue publicado en blanco y negro. Esta elección complica la visualización de las gráficas y las categorías que presentan en prácticamente todos los capítulos, debido a que sus categorías, marcadas en colores diferentes, no resultan perceptibles con dicho esquema bicolor. La resolución de las fotos (también en blanco y negro) en algunos casos es baja para la percepción (como en la página 138 o el mapa en la página 51, por ejemplo). Finalmente, creo que para futuras ediciones será enriquecedor incluir información acerca de más fuentes sobre estudios previos de las lenguas estudiadas. Dicha información podría servir para estudios de revitalización y documentación. Por ejemplo, en el capítulo tres, titulado “Estudio de vitalidad lingüística en El Zontenco, Nayarit”, de Saúl Santos García, José Ramón Quintero Gutiérrez y Erika Rebolledo Torres, falta mencionar el trabajo de Thomas y Elizabeth Willett, quienes han estado investigando desde hace muchos años el tepehuán del sureste y el tepehuán del suroeste. Similarmente falta mencionar varios trabajos lingüísticos como el del cora (particularmente del cora meseño) por parte de Verónica Vázquez Soto. Creo que la inclusión de estudios previos podría mejorar una segunda edición de este libro, específicamente para recopilar bibliografía lingüística de la zona que podría servir en la preparación de materiales didácticos, por ejemplo.

Es importante señalar que muchos de nosotros que hemos estado en contacto con comunidades de hablantes de lenguas originarias en México sabemos que estas lenguas se encuentran en situaciones precarias y que más bien los hablantes o los antes-hablantes de dichas lenguas tienen varias razones para preferir hablar el español a la lengua que sus abuelos hablan o sus antepasados hablaron. Sabemos también que existen entidades en el gobierno a las que les corresponde responder a las necesidades de los pueblos donde se hablan (o se hablaron) lenguas originarias (por ejemplo, el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, la Secretaría de Educación Pública-Indígena). No solamente existen dichas entidades (y quizá hay otras más), sino que también la Constitución mexicana protege los derechos lingüísticos de estas comunidades (como se menciona en este libro). Entonces, ¿cómo es que llegamos a la situación donde nos encontramos, la situación que los autores de los capítulos de este libro describen para numerosos pueblos en El Gran Nayar, donde las lenguas indígenas cuentan con un nivel bajo de vitalidad, con una generación que no habla y, en muchos casos, no entiende la lengua que hablaron sus mayores? En algunos capítulos, los autores nos dan pistas de respuestas posibles a esta pregunta con los resultados de la percepción de la lengua bajo consideración y también con la presentación de fragmentos de las entrevistas con varios habitantes de los pueblos. Por ejemplo, en algunos casos los padres de un niño sí hablan una lengua originaria pero deciden no enseñársela a este porque no quieren que tenga problemas de discriminación y desean que cuente con más oportunidades de educación y empleo. Entonces, más bien son razones prácticas para proteger a los hijos a fin de que no tengan los mismos problemas que probablemente experimentaron sus padres. Estamos hablando de problemas sociales en el pasado y en el presente de México que han contribuido a la situación actual de las lenguas originarias.

El último capítulo del libro señala que, dada la baja vitalidad de muchas lenguas que se describieron en el cuerpo de la obra, se deben hacer diversos intentos para la revitalización de dichas lenguas y nos ofrecen sugerencias acerca de cómo debemos llevar a cabo este tipo de actividades. Así, no solamente es válido realizar estudios de vitalidad sino también pensar en responder a los resultados de este tipo de estudios junto con la comunidad. Las sugerencias son buenas y, en muchos casos, aptas, dada las situaciones de las lenguas tratadas en el libro pero requieren muchísimo esfuerzo por parte de expertos en diversas áreas: lingüistas, que describen y documentan una lengua, pedagogos, cineastas, antropólogos, entre otros. Las sugerencias implican el trabajo en equipo de individuos de varias disciplinas, así como la participación activa y el apoyo de los habitantes donde se planea realizar este tipo de proyectos. Veo este capítulo como una invitación a pensar de qué manera podemos unirnos para empezar a responder a las necesidades de estas comunidades y actuar sobre las sugerencias que aquí se vierten.

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