Estudios de Lingüística Aplicada

Marina Garone Gravier. Historia de la tipografía colonial para lenguas indígenas. México: Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social / Universidad Veracruzana, 2014. 374 págs.

Idanely Mora Peralta

Universidad Nacional Autónoma de México,
Instituto de Investigaciones Filológicas,
Centro de Lingüística Hispánica “Juan M. Lope Blanch”

Historia de la tipografía colonial para lenguas indígenas es una obra por demás apasionante, el tema gira en relación con la producción editorial que se elaboró en la Nueva España al margen de los nuevos parámetros comunicativos que exigían la codificación de lo oral en lo escrito. En este contexto, el libro se vuelve una pieza que cubre un importante vacío. La obra inicia con una pormenorizada introducción, dividida en trece apartados, algunos de ellos con imágenes alusivas al tema. De manera sucinta, la autora comienza por advertir la importancia, las dificultades, el alcance y la limitación que reviste, desde el punto de vista histórico, lingüístico y filológico, la confección de libros, pliegos y estampas en las lenguas nativas, sin dejar de lado los referentes europeos, esto último ocupa una gran envergadura, ya que los indígenas concentraron sus saberes bajo la escritura alfabética y la cultura tipográfica. Al margen de estos pormenores se suman, en los siguientes apartados, los problemas de las adaptaciones, sobre todo, como advierte la autora, en las letras, diacríticos y otros signos. Así, como dato curioso, señala que el sistema de diacríticos fue una de las adaptaciones más recurrente. Asimismo, resalta la importancia del estudio de las representaciones tipográficas, puesto que son los únicos vestigios con los que contamos para reconstruir y analizar los restos de lenguas indígenas ya extintas. Garone centrará su atención en los problemas de adaptación tipográfica, en la producción impresa y en la edición de trabajos elaborados en la Nueva España.

Para llevar a buen término la investigación, la autora parte de tres enfoques para el estudio de la historia del libro y los impresos americanos: uno ideológico, otro que denomina comercial y, finalmente, al que llama material, estético y visual, este último será el cimiento cardinal, puesto que “atiende al desarrollo, la evolución y las aplicaciones de la tipografía, el grabado y el diseño de los impresos americanos; la institución de estándares formales que se ilustran en páginas, formatos y acabados” (p. 25).

El corpus lo conforman obras que se conservan en bibliotecas mexicanas. La autora registró 113 libros, revisó varios ejemplares de obras, pero advierte que sólo consideró una. En el apéndice 1 documenta las fuentes de consulta en lenguas indígenas correspondientes a los siglos xvi–xix. Con respecto a la representatividad de la muestra, menciona que de algunas lenguas indígenas, como el náhuatl y el otomí, consultó 100% de la producción colonial. En cuanto al huasteco, únicamente revisó un ejemplar de los dos que se imprimieron en el mismo lapso. Asimismo, examinó 62% de los libros impresos en lenguas indígenas del siglo xvi.

El libro está compuesto por siete capítulos. “Estudio de la tipografía y el diseño del libro antiguo” es el título del primer capítulo. Este resulta fascinante, ya que, de manera pormenorizada, la autora comienza por explicarnos qué es un libro antiguo, así como el concepto de incunable, para luego adentrarnos en la manera como funcionaba y quiénes eran los profesionales que desempeñaban su oficio en las imprentas en la época colonial. Desde esta mirada, también nos presenta, grosso modo, algunos de los costos y la forma como fueron sufragadas algunas ediciones en lenguas indígenas, para darnos una idea del mercado editorial. Completan a este capítulo tres apartados en donde los indígenas son el eje principal, puesto que

 

su participación en la producción libresca se manifestó en múltiples aspectos: tanto en su labor de informantes, traductores y correctores del trabajo filológico de los frailes, como en la concepción visual y la producción material de los manuscritos e impresos coloniales (p. 53).

 

Para cerrar este capítulo, en primer lugar, aborda el tipo de léxico de la cultura escrita y libresca que se empleó para satisfacer las necesidades de comunicación entre indígenas y europeos, a través de dos gráficas; los datos muestran que un 47 y 54% de los vocablos que tienen que ver con la cultura escrita aparecen en las siete lenguas estudiadas (además del náhuatl, otomí y huasteco, este capítulo estudia vocablos del purépecha, mixteco, zapoteco y tepehuano). En segundo lugar, centra su atención en el espacio físico, así como en el mobiliario de la imprenta; los datos se ejemplifican por medio de tres imágenes. Finalmente, expone el alcance y las limitaciones que presentaron las dos herramientas primordiales: el papel y la tinta. Con respecto al primero, los resultados son atrayentes, ya que no solo pone de manifiesto los tipos y la calidad de papel que se utilizaron, sino también las complicaciones que generó el suministro, así como su alto costo. En cuanto a la tinta, la autora puntualiza, por un lado, que es posible documentar dos tipos en los impresos en lenguas indígenas: tintas negras y tintas deslavadas. Por el otro, admite el uso nulo del color rojo y advierte que las manchas más oscuras en algunos libros son el resultado del uso excesivo de la tinta del aceite de linaza.

La estructura interna y externa del libro son el hilo conductor del segundo capítulo, “El diseño del libro antiguo”, para ello estudia cada uno de los elementos que lo fueron configurando. Desde el inicio, la autora plantea que la conformación del libro se debe a diversos factores: legales, literarios y culturales. Dentro de los aportes de su investigación, documenta que las proporciones de las páginas de los libros novohispanos muestran una similitud con la tradición impresa española. Otro dato relevante consiste en que el pie de imprenta, que se ubicaba en el colofón, pasó a formar parte de las portadas de los libros novohispanos. Asimismo, y haciendo alusión a este, la autora advierte que 11 colofones de los libros mexicanos fueron impresos por orden del obispo Zumárraga, este testimonio es notable porque “habla claramente de la política editorial del primer obispo de México” (p. 94). Finalmente, el tema de las imágenes y la ornamentación en este capítulo no es fortuito, puesto que desempeñaron un rol importante, ya que a través de las imágenes no solo se fueron introduciendo elementos emblemáticos propios del universo novohispano, sino que también sirvieron como material para la enseñanza. Por su parte, la ornamentación figuró en varios usos. Con estos breves datos y otros más, el lector podrá apreciar la importancia de los elementos que conforman el diseño del libro antiguo.

En el siguiente capítulo, “La tipografía en el libro antiguo”, la autora analiza, de manera meticulosa, cada uno de los elementos que constituyen a las letras; para tal efecto, inicia el estudio definiendo conceptos básicos del universo tipográfico. En seguida estudia las formas a partir de su estructura y de las proporciones, como nota sustancial advierte que desde el siglo xvi se utilizaron términos pertenecientes a la arquitectura y a la anatomía humana para nombrar las partes de las letras. Posteriormente, dedica un apartado a la clasificación tipográfica, aquí examina los rasgos de similitud que existen entre distintas familias y propone que los rasgos más empleados son el ojo y los terminales, en palabras de la autora, porque permiten conocer la evolución de los estilos tipográficos. En otra instancia, no pueden faltar dentro de este capítulo datos que expliquen cómo funcionaban los procesos técnicos de la imprenta manual. Luego, nos presenta, por un lado, el panorama acerca de la manera como se llevó a cabo la producción tipográfica en España; este recuento comprende los siglos xvi–xix, y resulta muy significativo porque muestra el camino que siguió la imprenta en las colonias americanas. Por el otro, centra su mirada en la tipografía en la Nueva España, con énfasis en la Ciudad de México y Puebla. Aquí desfilan datos interesantes sobre las oficinas tipográficas: impresores, los talleres, el tipo y los costos del material. Concluye con una valiosa descripción acerca de las letras capitulares e iniciales y del tipo de ornamentación que se utilizó en el libro novohispano. Sin duda alguna, este capítulo contiene información valiosa acerca de la tipografía en las publicaciones en lenguas indígenas.

Para conocer más acerca de cualquier fenómeno cultural resulta imprescindible, la mayoría de la veces, tomar en cuenta los distintos contextos situacionales. Con esta perspectiva nos adentramos al cuarto capítulo: “El contexto sociopolítico y lingüístico de la edición colonial en lenguas indígenas”, pues es ineludible saber de buena tinta cómo fue el entorno religioso y político en el que se gestaron los libros novohispanos. Es sabido que la incursión de ambos sectores fue de suma importancia para la confección de estos materiales, pero es necesario entender, debido a los fines de esta investigación, cuál fue el impacto para la producción editorial novohispana. Es por ello que Garone comienza por exponer los argumentos que se daban en torno a la apreciación por las lenguas indígenas y, al mismo tiempo, nos informa acerca de cómo operó la política lingüística del clero y de la Corona alrededor de los idiomas nativos y el castellano. Después de este panorama, los siguientes temas, con los que cierra este capítulo, los tipos textuales, la autoría de los textos, la producción editorial por idioma, así como la que se realizó a través de la imprenta, quedan ilustrados con tablas y gráficas. En esta fase encontramos aportaciones significativas, por ejemplo, que la producción editorial se centró en dos tipos: los religiosos y los lingüísticos, y que para el siglo xvii aparecen los libros mixtos. Sobre estos últimos, la autora señala que eran aquellos que presentan un contenido religioso y lingüístico. En cuanto a la autoría, advierte que los autores son religiosos, tanto del clero regular como secular —puntualiza que la orden franciscana es la de mayor producción— y también participan laicos. Por su parte, el tema de la producción por idioma nos permite apreciar cuál fue la lengua con mayor presencia y la labor filológica de los religiosos según su filiación. En el último tema, deja en el tintero temas que aún quedan por explorar, “estudiar estas relaciones autor-imprenta podría revelar información sobre usos y costumbres comerciales y del cuidado editorial” (p. 192).

En el siguiente capítulo, quinto, la autora nos muestra de qué manera se fue dando el proceso de consolidación en cuanto a la tipografía y el diseño de los libros coloniales. En este exhibe las diversas posturas que tenían los cronistas y misioneros acerca del concepto de las letras, para luego enfatizar en el alcance que tuvo la obra de Nebrija en el momento de codificar el sistema gráfico de los idiomas nativos. También arguye acerca de las dificultades a las que se enfrentaron para la codificación. Los resultados le permiten afirmar que para llevar a cabo la elaboración de gramáticas se vieron en la necesidad de emplear, para describir las letras, el método de la comparación con una lengua de referencia, que en este caso fue el castellano, así como otras lenguas: latín, hebreo y griego, y en menor medida francés, italiano y vasco, sobre todo, para la pronunciación. Asimismo, puntualiza que la elección de las letras se debe no solo a factores lingüísticos, sino también a la ideología de cada autor. Para continuar con el siguiente apartado, “Clasificación de las estrategias para la representación tipográfica de las lenguas indígenas”, toma como referencia las investigaciones de dos connotados lingüistas con la finalidad de elaborar una tipificación sobre fenómenos visuales y estéticos en la escritura: Robert Waller y Tomas Smith Stark, porque han sido quienes han trabajado el lenguaje desde una óptica visual. La clasificación es bastante acertada, puesto que le permite dar cuenta de cómo tuvieron que ingeniarse los tipógrafos novohispanos en el momento de elaborar los trazos que constituyen el mundo complejo del sistema vocálico y consonántico de las lenguas indígenas. Para finalizar este capítulo, analiza las características que presenta el contenido de los textos novohispanos, los procesos tipográficos, así como el formato de distribución en el que fueron impresos los textos; la autora deja claro que los procesos fueron no solo de carácter lingüístico, sino también extralingüístico.

Finalmente resta por comentar los dos últimos capítulos: “La tipografía y el diseño editorial en náhuatl” y “La tipografía y el diseño editorial en otomí”. Desde su particular prisma, Garone inicia con un panorama sustancial acerca de estas lenguas, retoma aspectos que van desde sus orígenes, y su tipo de escritura, hasta analizar el contenido de la producción editorial. En esta contribución, la autora sostiene, para el náhuatl, que el siglo xvi es el periodo significativo porque los libros se escribían en esta lengua y con caracteres latinos; el tipo de textos con mayor presencia serán el religioso doctrinal y, a la par, los de tipo lingüístico. Mientras que para el siglo xviii la elaboración consistió en reimpresiones. Continúa esta parte de su investigación con una descripción cronológica y detallada de los materiales consultados, con ejemplos de algunas portadas. Para terminar el capítulo seis, realiza la descripción de un pliego suelto: el Catecismo del padre Castaño. En cuanto al capítulo 7, en cuestión de producción editorial el otomí no corrió con la misma suerte que el náhuatl, “hay que aclarar que el grupo otomí no desarrolló producción escrita previamente a la conquista”
(p. 261). En segundo lugar, la autora señala que la complejidad para llevar a cabo la representación gráfica de la lengua fue un factor determinante para que el número de textos fuera mínimo. No obstante, dedica las últimas páginas de este trabajo a la descripción de tres ediciones en otomí del siglo xviii.

Desde mi punto de vista, el contenido de este libro lo convierte en una obra esencial, porque ofrece información valiosa, ya que está redactado con fundamentos sólidos, con espíritu crítico y con un enfoque interdisciplinario. Además, es una investigación que abre espacios para otras investigaciones. Es de esperar que esta obra sea un referente obligado para todos aquellos que quieran profundizar sobre la Historia de la tipografía colonial para lenguas indígenas.

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